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La narración de Aráoz

Silvia Viviana Piciulo

La verdad es hija del tiempo
Francis Bacon

El aire era de hielo, dos hombres se miraban a hurtadillas, sentados
uno frente al otro y no proferían ni una palabra. Recién se habían sentado en sus
asientos, preparándose para llegar a sus propios destinos. La señal de salida los
distrajo, ambos se pusieron a mirar como se alejaba el andén. El más viejo
empezó a hablar……afuera la noche aumentaba …

– Siempre me pasa lo mismo, cuando viajo: me parece que la vida sea
esto, el subseguirse de imágenes, gestos, colores y actos, enlazados por una
melodía desentonada que pertenece a un músico loco. Muchas cosas en mi vida
han pasado tal como se desliza el andén que recién hemos dejado atrás. Yo
observaba y la vida transcurría…… Me acercaba y me alejaba, como ahora,
pero siempre seguía en el mismo lugar. Usted se preguntará si me gusta viajar
solo. Creo que sí, siempre lo he hecho de este modo. Mis soledades me envuelven, me
devoran. Aquí conmigo, están todas, Ud. las está viendo, incluso
se pueden hasta leer en sus rostros: mi soledad de hombre, mi soledad de
amante, mi soledad de hoy y la de ayer. Me acompañan incondicionalmente y
me muestran lo que he podido ser y que no he sido, lo que soy y que no seré
nunca, lo que he querido y que he perdido. Algunos piensan que mi vida estaba
escrita. Yo no creo, y si por lo menos la mayor parte lo estaba, estoy seguro que
yo mismo he firmado el resto. Pedro Aráoz, amigo incondicional del poder, para
servirla. –

El hombre joven, mezcla de sangre negra y blanca, se encontraba muy
lejos…. sus pensamientos, su mirada, su cuerpo levantaban frente el anciano,
que no dejaba de observar, un tupido muro de silencio…. pensaba y pensaba….
Finalmente estás aquí. Sigues sentado frente a mí, hablas sin cesar. No te
escucho, te observo, todo lo que cuentas lo sé tan bien como tú…. sigues
hablando, Tu destino ha sido establecido mucho tiempo atrás, tu lucidez no llega
hasta allí, pero todos sabemos cómo habrías terminado… como todos los
hombres de la familia Aráoz, que tarde o temprano encuentran esas extrañas
muertes. Tú, Pedro, un longevo sobreviviente, no habrías sido la excepción, al
final de tu destino estaba yo, para cobrarte la cuenta. Te observo con avidez y
poco a poco crece mi odio.

– Pero ¿a Ud. le interesa que le cuente? Lo hago siempre, a pesar de que
no me lo piden……. Soy un buen narrador, como cada viejo solo que
generalmente se pierde dentro de las horas recordando el pasado…. Pero con
Ud. haré una excepción: si no quiere, no le contaré nada y podremos viajar en
silencio, pero si acepta…. ¿Sí? veo que sus ojos se mueven inquietos, ansiosos.
Bien…. Le contaré todo lo que se me ocurre, así aprovecharemos estas tres
horas que nos separan de la capital. Creo que un hecho adecuado a la situación
es el del día en que el senador Manuel Aráoz desapareció de la historia. Era un
día como éste: claro, radiante, con un sol joven que rompía la arcilla de la Plaza
de las Juntas, desde donde el Senador había prometido partir en un globo
aerostático para iniciar su campaña electoral contra la Corporación de la carne.
La "Gran Corporación" como la llamaban sus partidarios, propietarios de
grandes mataderos, proponía como candidato a la presidencia a otro joven
militar de rasgos indios, ofuscado por la potente figura del Senador. Recuerdo
que de las bocas de alcantarilla de la plaza salían débiles nubes de vapor que
cubrían el asfalto y creaban a lo lejos un vago penacho blanco que se mezclaba
con los agitados pies de los peatones. Desde el mar llegaba una leve brisa
cargada del olor de las algas y de los moluscos… En nuestro país, en los meses
anteriores a este evento, la gente había tenido que soportar un clima tan insólito
que el mismo trópico parecía haber bajado para establecerse en las inmensas
plantaciones de maíz que circundaban la ciudad. Todo el mundo parecía
cambiado por este inusual clima. Por otra parte, las abundantes lluvias del
verano habían provocado la aparición de insignificantes flores verdes en casi
todas las cúpulas.….

Hablas como siempre y no logro escucharte…. Te recuerdo, anciano,
lejano y metálico… A veces habría podido asegurar que no eras humano. Eras el
patrón y tu piel no era como las demás, tus manos eran del color de la harina, tus
pies se asomaban relajados por tus sandalias, y tu alma….. no, no tenías alma…
no te importaba el dolor, eras un animal tan feroz que no logro reconocer la
mueca deforme que veo delante de mí. Hoy te vuelvo a ver viejo, empobrecido,
con tu aliento a vinagre, el mismo que tenías cuando volvías de tus borracheras
y te enojabas con el mundo entero por haber nacido….

– Como iba diciendo, jovencito, al inicio la población ignoró las flores
verdes creyendo que fueran parte del musgo que crecía alrededor de las
escuelas, cerradas desde hacía décadas para evitar gastos superfluos. Luego,
como la proliferación de estas flores había alcanzado dimensiones estrepitosas,
comenzaron a utilizarlas por sugestión de las teorías difundidas por radio por
parte de un santón que demostraba sus propiedades milagrosas con arrogante
convicción. El pueblo necesitaba líderes y el "gran curandero" estaba dotado de
mucho carisma para todas las clases sociales. Desnudo se daba baños de flores
verdes durante las fiestas de la alta sociedad, hasta que un día, por error, lo
encontraron que estaba abusando del perro de los Álzaga. Fue su fin. El
"manosanta" fue condenado y encerrado en una cárcel-granja, donde lo vieron
por última vez perderse, loco de alegría, saltando por los campos detrás de una
oveja. ¡Pobre Gaudiño! Era de sangre mestiza (indio y negro), tan feo como
bueno. Un poco pervertido el pobre, pero bueno. Con el dinero quienquiera lo
habría perdonado, pero su culpa era grave si se es pobre y de color.

Tal como decía la publicidad, entre los beneficios de las flores se
enumeraban las propiedades de frenar la alopecia, dejar de fumar, despertar
pasiones, ayudar a adelgazar y alimentar a veinte millones de cesantes, un
récord mundial para la época, que el país lucía con orgullo. Sin embargo, a decir
verdad, esas malditas flores realmente hacían enloquecer a todo el mundo.
Sucedió que, trastornados por las flores, algunos personajes públicos del
momento se volvieron idealistas fanáticos y condujeron a cientos de cesantes a
la capital para exigir reformas. ¿Se da cuenta? ¡una desfachatez nunca antes
vista! ¡Una gran turbulencia! Para frenar el movimiento se dio inicio a los
programas de "Recolección Ciudadana Nacional de flores verdes", en los que se
prometía trabajo a la masa cesante, con el objeto de distraerla un poco ¿me
entiende? Una buena parte de ellos moría, como se podía esperar, sobre todo
cuando se caían de los techos tratando de recoger las flores sin los medios
adecuados. Las muertes habían provocado dos consecuencias: la pérdida de la
supremacía mundial de cesantes en el libro de los récords, lo que preocupaba
muchísimo a las autoridades, y la formación de colas kilométricas por parte de
los menos valientes, que se sentaban a esperar las ráfagas de viento Aurus que
echaba al suelo esa extraña florescencia facilitando su recolección. A pesar de
todo, se organizaron grupos que no daban abasto para recoger de los techos una
producción tan grande de flores que crecían y se extendían por doquier sin
parar. Yo no logré probarlas, pero tengo que decir que de verdad eran muy
populares.

Volviendo al tema central de mis palabras, el fenómeno que había sido
anunciado como "el vuelo de Aráoz", fue espectacular, un hecho tan real pero al
mismo tiempo tan increíble que, si bien haya transcurrido medio siglo, la gente
todavía se interroga sobre esa misteriosa desaparición e incluso se pregunta si
existió realmente. De mi memoria de anciano se escapan muchos datos,
recuerdo sólo con gran claridad aquellos detalles que me habían involucrado
directamente. Me cuesta saber desde donde venía esa mañana…… pero haré un
esfuerzo. Era el 2 de enero de 1943, un jueves, corría con mi bicicleta por la
calle principal que circundaba la Catedral, cuando vi que el cielo se oscurecía
detrás de las palmeras de la Plaza de las Juntas y se abría un telón de una
interminable noche azul por encima de mi cabeza…. Un enorme fuego de
llamaradas negras cubrió el cielo y por pocos segundos todos los que recién
habían nacido se enmudecieron…. Luego llegó una terrible ráfaga de viento que
me hizo precipitar en la boca de uno de los metros que salen a la plaza. Cuanto
retomé consciencia, a pesar de las magulladuras, logré subir las escalas y
observar que Aráoz se había ido volando, pero nadie lo había visto y ni siquiera
se sabía donde podía estar. Junto con él también habían desaparecido
misteriosamente las flores verdes.

Sabe amigo, ahora que me fijo bien, Ud. me recuerda a alguien, pero no
sé bien a quien. ¿Cómo me dijo que se llamaba? Bueno, no importa, no me lo
diga, de todos modos mi memoria es frágil y se me olvidaría al instante, sin
remedio. Sigamos hablando, si no le molesta. Creo que lo que hasta ahora no le
he dicho es que el Senador y yo teníamos algo en común. Era un hombre muy
seductor, había logrado hacer carrera política procediendo de las filas del
ejército. Mi madre, una mujer muy hermosa, siendo muy joven dio a la luz al
Senador, y cuando pensaba que ya no podía quedar embarazada, me concibió,
después de cinco años de espera y algunas malas lenguas. La familia Aráoz
tenía la característica de ser fértil y próspera en cuanto a hijos, batallas y
riquezas. En el siglo pasado todas nuestras tierras, esparcidas por el norte,
habían sido obtenidas por mi glorioso tatarabuelo, Don Camilo Aráoz. El
famoso viejo fue muy hábil, con gran tacto logró concentrar las mayores
propiedades de tabaco del país, hasta que una tarde, en medio de los festejos del
día de San Bartolomé, un maldito tigre detuvo su creciente poder encontrándolo
distraído y confundido entre los encajes de una muchacha. Su talento para el
mando lo había heredado el Senador, todos en la familia lo llamábamos así,
desde cuando era muy pequeño. Era el hijo mayor, el que habría organizado
todo, y el que habría continuado con el deber de los Aráoz entre tanta gente
ignorante y vulgar…. Era su deber hacia la familia y hacia su clase ….. a pesar
de algunas rebeliones.

De la boca del joven parece que las palabras están a punto de brotar, pero
… se contiene….

…Siempre has sido un infeliz. Hasta que duró la época del Senador
viviste en su sombra, y luego te fuiste como el más perdedor entre los
perdedores, aplastado bajo el peso de tus cruces, muerto en vida para vivir,
llenándote de deudas de juego….. viviendo una vida de apariencias….
Yo me pregunto ¿quién eras en realidad? El que habla ahora, el pobre viejo que
muere un poco todos los días, el que cuenta grandezas para esconder sus
pequeñeces, o quizás todos y ninguno. Tus palabras siguen siendo cuchillos para
mi….

Mi madre, una brillante mujer de negocios, ocupada en el mundo de los
cereales, era contraria al hecho que el Senador frecuentara en esa época a tantos
canallas. De hecho, después de la aparición de las flores verdes, como
consecuencia de los baños, se había enamorado de Zulema Pintos, una partera
negra robusta que dominaba con sus párpados los suspiros de Manuel. Así fue
que yo, habiéndome transferido a la ciudad para estudiar, haciendo las veces de
ojos y oídos de la familia, supe los verdaderos planes de mi hermano, que se
había vuelto loco y había caído en la mayor estupidez por amor o por ……
brujería.

El Senador, al contrario de lo que todos se esperaban, estaba organizando
imposible de creer, ¿no? Con la instauración de leyes sociales que habrían
revolucionado completamente la sociedad tradicional, favoreciendo las "manos
del trabajo", como él llamaba a esos negros flojos!! Gente buena, por lo demás.
Se podía explicar sólo con la influencia de una bruja, de su magia vudú y de sus
malditas flores. El Senador, durante toda su vida, había sido un enemigo
declarado de una tal idiotez, y ahora en la madurez no era el momento de
comenzar a delirar. Supe, hurgueteando entre sus papeles, que el vuelo en el
globo aerostático habría obtenido adhesiones en las provincias para luego,
finalmente, dar el golpe de gracia en las elecciones de abril. A mi madre le conté
con lujo de detalles su estrategia política. La primera reacción que tuvo ella fue
consultar los tarots y las runas, convocando a sus amistades, entre las que habían
numerólogos, astrólogos, adivinos y brujos, con el objeto de evitar que su hijo
siguiera cometiendo más errores y se alejara de sus órdenes. Entre otras cosas,
para no dejar nada a la casualidad, se reunió con los de la Corporación y se puso
a trabajar para salvar al Senador de las garras de Zulema y de su hijo bastardo.
Al día siguiente, por la mañana, mi madre me llamó y me pidió que le entregara
una carta a mi hermano exactamente a mediodía del día del "vuelo", justo antes
del despegue. ¡Ah! ¿visto? Me acordé de lo que estaba haciendo esa mañana:
pedaleaba hacia la plaza para entregar la carta a mi hermano cuando se produjo
el eclipse, el más grande eclipse total de sol del siglo, que terminó con los
festejos. Pero, nadie sabe bien lo que pasó. Cuando la confusión disminuyó y
volvió la luz, el globo aerostático y el Senador habían desaparecido de la faz de
la tierra sin dejar huella. No lograba entender bien lo que pasaba, como tampoco
lo sabían los miles de personas que se quedaron pasmadas y afligidas frente a
ese hecho. Nadie había visto ni escuchado nada, pero de alguna manera el vuelo
se había realizado. La Guardia Civil decidió informarse, en la aeronáutica, sobre
lo que había pasado con el globo aerostático y con el pasajero, pero ningún
piloto logró encontrar sus rastros. La búsqueda continuó por meses y hasta mi
madre hizo reuniones secretas con sus amistades para saber dónde estaba.
Todo inútil. Nunca nadie logró encontrarlos. Sus partisanos todavía lo esperan y
piensan que se encuentra en algún lugar secreto del mundo recogiendo fondos
para la colectivización. Pero la verdad es que antes que yo le entregara el sobre
con el certificado de muerte de Zulema, ella había ido a verlo desde el más allá
y se lo había llevado ….. quizás a donde …. desde allí ninguno de los brujos
amigos de mi madre había logrado traerlo de vuelta.

Respecto al bastardo, vivió en la estancia durante siete años. Yo mismo
me tuve que encargar de esa molestia por compasión, ya que ni siquiera era
bueno para mantener el orden en la caballería. También tuve problemas con él,y
cuando me di cuenta que de nada servía ser generoso, lo abandoné en el campo,
donde de seguro se tiene que haber muerto, era débil, inútil y desnutrido. Pero
…. amigo, hasta ahora he hablado sólo yo sin parar. ¿Ud. qué me cuenta?
– Fue exactamente así, del modo en que Ud. lo cuenta, Señor Aráoz…Yo
también lo recuerdo y mi memoria no es frágil, la llevo conmigo sin tregua……
– Perdóneme, me gusta escuchar su voz después de tanto monólogo,
ahora que casi hemos llegado a nuestro destino, pero Ud. ¿cómo sabe que fue
así? Es la primera vez que contando esta historia encuentro a alguien que conoce
la verdad totalmente…. En realidad…. ¿quién es Ud.?
– ¿Que quién soy yo?… Yo era ese niño, ese que Ud. echó…. El hijo del
Senador. Me llamo Sebastián Pintos…
Un sudor frío bajó por la frente del anciano, creyó recibir bofetadas duras
de asfalto, miró hacia el corredor, pero no había nadie que pudiera ayudarlo. Lo
que estaba escuchando no podía ser verdad….
– Sé lo que Ud. está pensando….. pero yo mismo soy esa verdad. Mi
madre no era absolutamente una bruja y a mi padre no se lo llevó la nada ni
enloqueció. Por el contrario, los últimos tiempos de su existencia fueron su
única salvación en una vida llena de farsas y temores, de comodidades, tanto
como de embustes. Él tenía un gran corazón, acallado por el peso de su familia,
y las flores verdes fueron las únicas que lo ayudaron a renacer como hombre,
algo que Ud. ha perdido tanto, pero tanto tiempo atrás, irremediablemente. Él
murió, como mi madre, por mano de los polizontes de la Corporación, pagados
por esa "hija de perro" que fue su madre… Ya es tiempo, Señor Pedro Aráoz,
que yo cobre sus deudas. Adiós.

De repente se escucharon los frenos, y un ruido sordo y seco. El tren se
detuvo y con él el corazón de Pedro Aráoz.

Sebastián Pintos se bajó del tren, esquivó varios equipajes y se perdió en
la multitud, acelerando el paso. Llevaba consigo un pesado baúl, dos hombres lo
ayudaban. Con las primeras brisas de la mañana una flor verde cayó del ala de
su sombrero.

El cuerpo de Pedro Aráoz no se encontró nunca.

Traducido por Ana Maria Bustamante


Viviana Silvia Piciulo nació en Buenos Aires (Argentina) en 1963. Titulada en
universitaria en la Cátedra de Historia Social de la Ciencia de la misma
Universidad, realizando estudios e investigaciones sobre la migración italiana a
Argentina como becaria del C.N.R. En 1991 ganó el concurso de ensayismo "El
Viaje y la Aventura" (Embajada de Italia en Buenos Aires y Alitalia), en 1992,
una beca del Ministerio de Asuntos Extranjeros italiano en la Università degli
studi de Bolonia
. En 1996 recibió el premio de narrativa breve promovido por la
Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Desde 1992 vive en
Bolonia donde hasta hoy continúa realizando sus investigaciones y
publicaciones sobre la historia de la migración a través de diferentes becas y
fondos de investigación de fundaciones italianas. Desde 2001 lleva a cabo
proyectos interculturales de literatura animada mediante su asociación
"Specchio Lucente" (Espejo Reluciente) y colabora con algunas universidades,
escuelas y ONG italianas.

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Anno 2, Numero 10
December 2005

 

 

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