El Ghibli - rivista online di letteratura della migrazione

عربية / english / español / français

El derecho de amar

Ghità

“…aquellos derechos pisoteados no declarados.
Aquellos derechos humanos violados de los que nunca se habla.
Aquellos derechos de los que ni siquiera Amnesty International puede hacerse
cargo …”

En el grande vaivén y bullicio del aeropuerto, estamos sólo nosotros dos, el resto es solamente un ruido de fondo. Mirándolo cuando se iba, sentí que me faltaba la fuerza de la razón. Grité: << Quédate conmigo. No te vayas, te amo con todo mi ser >>. Pero mi voz chocó contra mi coraza y se rompió, en silencio. Él se dio vuelta, al improviso, y mi corazón se detuvo. Lo miré incrédula. ¿Y si hubiera sentido mi grito quebrantado? Pero sus ojos ven sólo la máscara que llevo sobre el rostro, segura y sonriente, mientras sigo despidiéndome, moviendo las manos, como una autómata. No supo confiar en su corazón, y se alejó rápidamente con paso firme, para siempre. Me quedé allí inmóvil, con los ojos fijos en esa puerta de embarque por un tiempo infinito, en la dimensión de la tristeza. Hasta que mis músculos tensos se rebelaron con un dolor mudo y me vi obligada a sacarme la máscara turbia.

El tren Regional sigue ruidosamente por los senderos montañosos de los Abruzos y su canto rítmico es el estribillo familiar que me da seguridad. Veo a través de los cristales de la ventana el atardecer del cielo y aprieto fuerte mi medallita de la suerte con las palabras del Corán. Puedo, finalmente, cerrar el capítulo abierto de mi vida, de mi gran amor, y, después de siete años de agonía, enterrarlo en paz en las cenizas del pasado. Empiezo a escribir las primeras líneas de mi nuevo capítulo de vida, ahora, en este tren que me lleva de vuelta a casa.

"Todo inició en ese lejano día de siete años atrás, cuando, muy enamorada, me dejé convencer para salir con Farhad, a dar una vuelta en auto. Sabía muy bien que en Irán la ley prohibía que un muchacho y una muchacha se frecuentaran, a no ser que fueran hermanos o que estuvieran casados. Sabía que si te descubrían la pena era de setenta latigazos, pero también sabía que, a pesar de todos los riesgos y peligros, los jóvenes se amaban igual. El deseo de estar junto a él era tan fuerte que me dio fuerzas y osé transgredir esa ley injusta. << Dios está de la parte de los enamorados, y además en coche hay menos riesgos que a pie >>. Me engañaba ingenuamente, mientras me sentaba emocionada junto a Farhad. Comenzó a conducir sin decir ni una palabra y encendió la radio para disminuir la tensión. Transcurridos unos diez minutos, comenzamos a relajarnos al ritmo de la música que mitigaba la tensa atmósfera que había en el coche.
Me tomó la mano "Gracias por haber venido" me dijo alegre. Yo estaba feliz de estar ahí con él, a pesar de todos los peligros. Le apreté la mano en silencio. El coche continuaba orgulloso de su preciosa carga por las bellas callejuelas de Teherán, llevaba a bordo dos corazones enamorados.
A un cierto punto, diviso el automóvil de los pasdaranes que nos adelantaba. Retuve la respiración para que la mala suerte no nos tocara y solté un suspiro de alivio cuando vi que se alejaba. Pero, poco después, incrédula, noté que disminuía la velocidad cada vez más. Se me congeló la sangre en las venas y apenas tuve el tiempo de decir << Nos vieron >> cuando de inmediato tuvimos que detenernos siguiendo las indicaciones que nos daban desde el interior del otro coche, que a este punto viajaba junto al nuestro. Se bajaron dos personas, un hombre con la barba y una mujer con el chador negro, el tercero se quedó en el coche hablando por radio. Nos pidieron los documentos. Ni casados ni parientes!! Nos obligaron a bajar del auto. Nos empujaron al otro lado de la acera. Nos hicieron poner las manos en la muralla y empezaron a cachearnos. El hombre se ocupaba de Farhad y ella de mí. La mujer, mientras me registraba entre los vestidos, me insultaba con las palabras más sucias. Llegó hasta nosotros otro coche de pasdaranes, arrastraron hacia ese automóvil mi cuerpo inhibido por el miedo y el de Farhad hacia el otro. La pesadilla continuó en la cárcel donde me trataron como a una prostituta y me tomaron las huellas digitales para ficharme. El castigo fueron setenta latigazos y cuatro meses de prisión, por el delito de haber amado sin autorización!! La angustia era muy fuerte, me sentía humillada, quebrantada y violada en lo íntimo. Todo era tan grave que no lograba llorar ni gritar, estaba muda. Toda la tensión a la que estaba sometida se transformaba en un artefacto destructivo silencioso dentro de mi. Los latigazos me bajaban por la planta de los pies y golpeaban pesadamente mi alma desesperada que no sabía a dónde ir para escapar de toda esa crueldad gratuita".

Lágrimas calientes de conmoción me han mojado todo el rostro. Miro a mi alrededor, mientras busco un pañuelo, por suerte el tren está casi vacío, y los pocos pasajeros duermen. Afuera ya es de noche. El fulgor de las luches que producen los pueblos lejanos desaparece y vuelve a aparecer en el cuadrado de la ventanilla. Apoyo la cabeza en el asiento y, mirando fijo las luces, trato de recordar. Es triste y pesado, tengo que vencer una fuerte resistencia interior, pero, para poder volver a empezar, tengo que recorrer con el pensamiento el pasado, por última vez.

"Me habían demolido el orgullo, me sentía culpable, y me odiaba a mí misma por haber amado. No cumplí los cuatro meses de cárcel porque mis padres me los habían comprado. Cuando me devolvieron a mis padres, los vi rendidos, abatidos. Pequeños, pequeños frente a los hombres barbudos que les daban el sermón sobre cómo me tenían que educar. Yo había sido siempre su buena muchacha hasta ese momento!! Ver sus ojos atemorizados y llenos de lágrimas retenidas me dolía mucho más que los azotes. Ese día cumplía mis primeros dieciocho años.
No era la primera, tantas mujeres habían vivido mi experiencia y habían seguido viviendo. Pero yo no había soportado tanto dolor y me había derrumbado completamente. Dentro de mí se había creado un agujero negro que me tragaba cada vez más. La vista de los automóviles de los pasdaranes, que insidiaban Teherán, me hacía sentir muy mal y me sumergía cada vez más en mi oscuridad, donde me sentía segura. Las ganas de morir crecían en mí día tras día y la atracción por esa obscuridad absoluta, donde nadie me habría podido hacer daño, era cada vez más intensa. Después de mi primera tentativa fracasada de suicidio me mandaron de urgencia a Italia, recuperando una visa turística, donde mi hermano. Para olvidar. Para estar lejos de esos automóviles malditos que me empujaban hacia el agujero negro.
Una vez llegada a Italia, comencé una recuperación lenta y fatigosa. Vencidos los tres meses de la visa turística no quise volver a Irán. El sólo pensamiento me desencadenaba ataques de pánico. No era posible renovar esa visa por lo que, siguiendo el consejo de mi hermano, presenté la solicitud para obtener el status de refugiada política. El día en que habría tenido que encontrar a la comisión que habría decidido sobre la concesión del asilo político, tuve otra crisis. De todos modos, logré presentarme puntual a la comisión gracias a mi hermano y a las pastillas tranquilizantes.
Cuando me preguntaron acerca de los motivos de mi demanda de asilo, no les conté nada de mí. No hablé de los azotes que me habían lacerado los pies y habían dejado un agujero negro en mi alma. No les conté de mis ataques de angustia cuando veía un jeep verde, el automóvil usado por los pasdaranes. Tampoco les conté nada sobre mi amor pisoteado. Porque todo esto no era tortura. Eran simplemente las consecuencias de una sanción lícita del estado Iraní. Ni siquiera era una perseguida política, sino solamente una pobre muchacha que había osado amar en un país donde eso está prohibido. Un amor desobediente, no autorizado por el estado en ninguna forma, ni siquiera como matrimonio provisorio. Una muchacha que no había tenido la fuerza de soportar las consecuencias de su rebelión por amor.
En cambio, les hablé de mi hermano. Él sí que cumplía con los requisitos: desde hacía años hacía actividad política contra el régimen de los mullah en Italia. Estaba en la lista negra del régimen desde hacía años. Y varias veces en Irán nos habían buscado por su culpa. Esto, pensé, es la mejor justificación para obtener el consenso de la comisión. No aprobaron mi solicitud para obtener el asilo. No les había convencido sobre la persecución de la que era víctima, pero, de todos modos, logré quedarme en Italia con otras formas de permiso de residencia.
De Farhad no supe nunca nada más y lo borré de mi mente. Sólo el hecho de escuchar su nombre me provocaba dolores insoportables de cabeza y me paralizaba por días enteros. Años después, con la ayuda de un analista traté de recordar. Pero, a pesar de los progresos alcanzados, no lograba superar definitivamente el miedo de vivir. Mi primera historia de amor mutilada de esa forma violenta, sin un final, había hecho de mí un espíritu vagante, sin paz, incapaz de amar, y de recomenzar".

El tren se detiene. Bajan los únicos pasajeros a bordo y me quedo sola, como en el tren de la vida. Por un momento me invade el pánico. Siento el terror de enfrentar el viaje completamente sola. Trato de controlar el ritmo de la respiración y de relajarme. Sé muy bien que es dentro de mí que tengo que buscar el valor y las ganas de vivir. El tren se pone de nuevo en viaje y, lentamente, en compañía de la cálida melodía de su rechinar, vuelvo a encontrar la seguridad perdida y mi mente vuelve a encontrar el hilo cortado de mis pensamientos.

"Hace una semana recibí una llamada telefónica de Farhad. Al inicio no lograba concebir sus palabras que llegaban hasta mí sin tregua. Y sólo después de haber colgado el teléfono empecé a darme cuenta de lo que pasaba. Se encontraba en Europa y quería verme, para decir lo que no habíamos dicho, para terminar con la agonía, antes de volver a Irán. Tuve que armarme de valor y encarar su llegada. Fue la emoción más fuerte tras siete años de no vida. El desbarajuste y el ardor de un amor antiguo lograron despertar en mí la vida. Lloramos por horas, abrazados, por nuestro amor aplastado, todavía un capullo. Juntos volvimos a vivir esa experiencia dolorosa liberándonos de las sombras de la oscuridad. Nos perdonamos por culpas que no teníamos y, finalmente, sepultamos en paz nuestro amor. Lo acompañé al aeropuerto con una inmensa nostalgia, pero consciente del hecho que ya no podíamos imaginar un futuro juntos".
El inspector se interrumpe el hilo de mis pensamientos: <>, me pide gentilmente.
Le entrego el billete mientras sigo navegando en mi dimensión. Mi pensamiento vuela con él en el avión que se lo lleva lejos, para darle un adiós sereno. Con él, en ese avión, se va una parte de mí, aquélla con el agujero negro adentro, y para siempre.
"Pero este billete no ha sido timbrado" me dice el inspector con la mirada interrogativa.
Permanezco en silencio, no se como justificarme. Evidentemente, el "timbrar el billete" no había logrado conquistarse un espacio en mi atestada mente.
"Pero así le tengo que hacer la multa" me dice preocupado, tal vez esperando una justificación de mi parte.
Lo miro, trato de que se me ocurra una idea genial, pero el único pensamiento que toma forma es el fuerte deseo de volver a empezar. Trato de tranquilizar al inspector, tomo mi cartera y le digo: "Entonces, esperemos que me traiga buena suerte".

Traducido por Ana María Bustamante


Ghità es un seudónimo adoptado por razones de seguridad por esta autora iraní. No obstante se haya integrado bien en nuestro País, donde vive y trabaja, un pedazo de su corazón ha quedado en Irán. Italia e Irán son dos mundos lejanos que Ghità siente cercanos dentro de sí y que desea unir aún más en sus cuentos, dedicados a todas aquellas mujeres iraníes cuyas voces han sido destrozadas por el régimen fundamentalista.

Home | Archivio | Cerca

Internazionale

 

Archivio

Anno 2, Numero 10
December 2005

 

 

©2003-2014 El-Ghibli.org
Chi siamo | Contatti | Archivio | Notizie | Links