Una fortuna
El experto en dinero me recibe. Una alfombra roja con losanges en relieve me conduce
hasta él. Su despacho está decorado con esmero, y yo me siento una señora. Claro,
también él me lo dice. "Pase, señora". Para todos soy sólo Irina.
Bueno, ¿qué hacemos con este dinero? ¿Lo invertimos?
"No es una fortuna", dice el experto en dinero, mientras interroga a la máquina del
pensamiento calculante. Cuenta. Resta. Divide.
"No es una fortuna". Repite.
Es difícil decirlo. ¿Ud. sabe qué es la fortuna?
El experto en dinero agrega papeles. Y mil detalladas explicaciones. En la pantalla del
ordenador aparecen todas las verdades de los números. Y todo es tan cierto y
mensurado.
De verdad, quisiera que me lo dijera. Quizás…….. la fortuna.
Ahora ésta se amplía hasta tocar la línea clara de la libertad.
A lo mejor podré comprarme el tiempo.
Claro, hay que arriesgar, esto lo entiendo. Renunciar a satisfacciones inmediatas y cuidar
este dinero, hacerlo crecer, como a los niños, esperar con paciencia.
Cierto señora, pero como le he dicho, no es una fortuna.
Ya me lo ha dicho, sí.
También la máquina del pensamiento está de acuerdo, y dibuja gráficos de colores
incomprensibles y alentadores.
Esta inteligencia artificial puede transportar un montón de dinero desde la otra parte del
globo, invertirlo en una mina de diamantes y quedarse inmóvil mirando. Vivir la emoción
de una célula de levadura, infinitesimal, que ve desde dentro crecer las riquezas en una noche, como la masa del pan. Prever lo que sucederá mañana, y tal vez atrasar una guerra. Esta máquina sabe todo y lo controla todo. Pero, ¿qué tendría que decir de mí?
Mi hijo se enfermó de frío.
Habría sido suficiente un abrigo para salvarlo. Entre mil y ninguna fortunas posibles. Pero
nosotros no teníamos nada y es por nada que partimos.
El hombre se aleja de la pantalla deslizándose sobre las ruedas del sillón de cuero,
renuncia al lenguaje de experto y usa una voz paterna. Bueno, entonces ¿qué hacemos
con este dinerito? Usa una palabra "pequeña", como cuando uno habla con los niños.
Él tiene en el bolsillo un saber que no se me parece. Tiene en su mente pequeñas vidas,
de hormigas trabajadoras. Sobras de comida, harapos de libertad dejados de lado en el
nudo del chal o en el compartimiento pequeño de la billetera.
¿Qué sabe de mí? ¿Y de mis pensamientos millonarios?
Quisiera poder explicarle, pero siento mi voz que se mece como un acróbata en la
cuerda. Repito medias frases indecisas ligadas junto a un tartamudeo. Quisiera aparejar
mis pensamientos, acompañarlos con palabras importantes.
Y el hombre me dice:
"Bueno, señora, decídase"…….
Es tan difícil. ¿Cuántos abrigos se pueden comprar? ¿Cuántas coronas de reina?
¿Cuántos calcetines de lana? Multiplico. Divido. Pero ¿Cuánto suma?
También la gente me lo pregunta.
Bueno, ¿viniste a buscar fortuna, Irina?
¿Dónde estaba yo?
Esta noche soñé con mi madre. Está sentada sobre un banco en medio de una nube.
Lleva puesto un abrigo claro que le cubre las rodillas y drapea un poco en los lados,
sobre el banco. La luz es viva como agua que se desliza sobre el cristal y parece que no
viene de una sola fuente, sino que brota de cada rincón del cielo. De modo que no existe
ni una sombra, porque también ésta recibe claror, y nada está escondido por nada.
"¿Sabes? tal vez logran volverme a mandar para allá". Me dice. Se refiere al personal del
cielo. A los funcionarios, tan influyentes.
"Estoy mirando los papeles… ". Dice.
"¿Te gustaría volver?…… ¿No te encuentras bien aquí?", le pregunto.
"Sí", me responde. Pero si vuelvo te puedo volver a ver. Estabas en Italia, lo sabes,
cuando se me rompió el corazón y caí al suelo".
Se acercan Babuschka, Missha y Olia.
Paseamos un poco sin hablar. Luego, Babuschka hace la espía. Dice a mi madre que no
me crea, yo no mandaba todo el dinero para la casa cuando estaba en Italia, mucho lo
guardaba para mí, y que me ha visto entrar a las tiendas para comprar vino, vinagre
balsámico y un aguamarina. Es verdad.
Me acerco a mi madre, le pongo un brazo sobre los hombros, le pregunto qué le sirve.
Juro que se lo mandaré.
Ella comienza una lista infinita.
Pasta, aceite, un collar, un cojín de raso y cuadernos, un pan de Navidad con pasas, un
encaje negro y uno blanco, y una alfombra volante.
Y sonríe, mueve la cabeza afirmativamente, "sí, sí, esto es lo que quiero", tiene la mirada
de alguien muy astuto. La abrazo y, mientras la estrecho, siento un golpe despacio, como
una explosión dentro de ella a la altura del corazón. Su cuerpo se vuelve pesado. Una
onda inadvertible la atraviesa y la cabeza se sacude inmediatamente antes de quedarse
dormida de lado.
Pero esta vez estoy con ella y no la dejo caer.
La sujeto y me siento robusta como nunca.
La acuesto poco a poco y el cielo se vuelve pan rallado como la playa de Danzica. Y las
nubes brezal y rocas lisas de viento.
Te llevaré lo que pides porque es gracias a tu valor que yo partí, por tu vena salvaje, que
ha hecho que yo no tuviera miedo.
Esa explosión que sentí no es tu corazón enfermo, sino un fuego de artificio, largo y corto
como una vida.
No te preocupes, ahora estoy contigo.
La otra
El coche me lleva de vuelta a casa.
Una luz encendida en el salpicadero recuerda que hay que echar gasolina. Los carteles
del camino me devuelven al presente. Luego caerá la noche y detendré mi cuerpo para
dejarlo descansar mientras las ondas grandes del cerebro, esas que llegan en el
entresueño de las primeras horas de la noche, me harán compañía.
Y arreglar los objetos para hacer funcionar la vida será como cambiar el neumático de un
coche que camina, mientras se busca lejos, por detrás y por delante de nosotros para
encontrar su sentido.
Cuando pienso en volver, me imagino volverme a encontrar.
Imagino entrever desde lejos otra yo.
Veo una mujer joven que avanza por la cuesta fangosa delante de casa, con botas de
goma. Una falda corta y amplia con encima un delantal.
No lleva nada consigo. Ni una bolsa, ni un paquete, ni una hija. Me parece tan liviana.
Tiene piernas fuertes y músculos evidentes que cobran forma en cada paso.
Largos pasos como si con ellos quisiera medir el terreno.
"No mires hacia el suelo cuando camines, no hay nada.
No encontrarás nada por mucho que busques bien".
Esa tierra, la tierra que he dejado, ya no daba más frutos, ni aire, ni aliento.
Ella no me ve y aparta la mirada. ¿Cómo puede reconocerme?
Ella se quedó, no ha caminado conmigo hasta que le sangraran los pies.
Sabe lo que ha sido, no lo que será después de ella.
Por eso no sabe de mi. De esa otra yo.
En la verja de la casa se arregla el pelo, se mira la cara sin arrugas reflejada en la placa
de latón que lleva grabado su nombre: Anna Prochazka
Antes de entrar, su mirada escruta en rededor para ver el inmenso vacío donde perfiles
de abedules sugieren un horizonte demasiado lejano para tratar de alcanzarlo.
Me vuelvo real en la verja de casa. Yo también me arreglo el pelo. Yo también me miro
en la placa de latón que lleva grabado mi nombre: Anna Prochazka.
Desde el fondo de la cocina Anna me ve y corre hacia afuera. Se frota enérgicamente las
palmas de las manos en el delantal sucio y recorre rápido el trecho de sendero que la
separa de mí.
Bienvenida, dice.
Bien encontrada, respondo.
…. y nos miramos educadamente. Todavía nos parecemos, con esos cabellos claros y
finos que nunca se quedan en su lugar. Y no sabrías decir quien es una y quien es la
otra.
¿Y, qué cuentas? ¡Estás aquí! …….. ¿Estás cansada? Cuéntame…….. ¡Qué linda que
estás! Qué hermosa sorpresa…….
Pero seré yo quien cuente lo que pasa en el mundo. Ella no tiene nada que decir.
Porque, gracias a Dios, ella se quedó cuando yo decidí partir.
El remedio
Este hombre es viejo. Es pesado. Su cuerpo no se mueve sin forma. No logra hacer
ningún gesto. Choca y tropieza. Informe. No encuentra un lugar.
Un cansancio triste lo arrastra hacia abajo. Arrastra los hombros con la docilidad de quien
sabe que luego se tiene que ir.
Lo acomodo en un sillón. Y él se queda allí con su cara ancha. la boca abierta, inerte.
Parece que sus sentimientos son iguales a él, y los labios sin sangre.
En la pereza de una perenne digestión, entrecierra los ojos, regurgita. Se arregla,
se acomoda, dormita. Ahora tengo la impresión que respira mi aire.
Quisiera hablarle, hablo sólo conmigo. Si no fuera por las mujeres que veo en el parque
l domingo por la mañana, hablo sólo conmigo.
Pero es mejor dejarlo tranquilo. Es la primera noche que tiene la respiración regular. La
primera noche que descansa tranquilo desde cuando tuvo en sus manos esos papeles.
Están aquí, en el cajón de la mesita de noche. Él no los ha vuelto a mirar, como si no le
pertenecieran. El parte médico es detallado y sin corazón.
Una empleada con el ordenador lo habrá impreso, junto a tantos otros, apurada, en la
tarde, cuando ya es ora de irse. En un laboratorio frígido donde cambia la vida en el
momento en que un fantasma ve algo que no funciona bajo el cristal con sangre dentro
el microscopio.
No cambiaría nada si en su lugar, en el cajón, hubiera una ampolla de veneno, o una
pistola con el silenciador. Sería la misma muerte, se tiene que ir, qué importa como. La
luz de afuera se vuelve más clara y filtra entre las persianas. No sirve tener encendida la
lámpara.
Luego, todo quedará como era. Incluso esta manta que todavía me parece bonita, la
vuelves a colocar en la cama mañana, y pasado mañana.
Todo volverá a ser como era. Si bien los niños extrañarán a su abuelo y yo perderé el
trabajo.
En esta habitación hay olor a encierro y a sudor y afuera llega el ruido del alba. Me
molesta y quisiera estar en otra parte. Este viejo podría ser el mío……. por esa paradoja
que es la vida que te lleva lejos de casa a repetir los gestos de casa. Quién está cerca del mío
ahora que estoy a mil kilómetros de su cuerpo. Sin duda otra mujer……
Ahora me pedirá el café y luego el baño. Caliente.
Se deja tomar como un niño. Una mano por debajo de las piernas para arrastrarlas hacia
el costado de la cama. Sé que es capaz de hacerlo solo, pero él prefiere así.
En el baño el vapor alza el perfume de limpio y miro sus pies sobre la alfombra. Pienso
en cuánto se parecen los pies de los viejos.
Ahora entra apoyándose en mí y se desliza dentro la bañera rebosando el agua y la
espuma. El calor hace bien al corazón.
Le jabono la espalda y el pecho que se ha quedado vacío como sus discursos, mientras
finjo que lo escucho.
Le froto los brazos y las piernas con un albornoz áspero. Hace bien, hace circular la
sangre. Quizás si esto logra hacer que dure más.
¿Te sientes mejor? Te prometo que cuando llegue la hora lavaré todas las cortinas y
llenaré la habitación de flores.
Sentémonos un rato aquí. Sentados uno al lado de la otra, en el sofá del salón para pasar
el tiempo. Uno al lado de la otra, como el odio y el amor. El polvo talco forma una nube
perfumada que confunde sus límites.
Querido padre
Querido padre estar contigo era como caminar en la sombra. Cuesta arriba por el
sendero donde terminaba el chopal, lejos del camino. A través de las sendas secadas por
el calor. ¿Te acuerdas? Nos mojábamos los pies en el lago y volvíamos de la mano,
caminando a lo largo del parapeto sin miedo.
Ahora yo estoy más cerca del camino. Nadie está delante de mí para mirar hacia afuera y
decirme "cuidado - ahora no - no es prudente" -
¡Ahora estoy lejos y me falta la tierra!
Y aun así, camino sobre este vacío de tierra, y busco, y hablo, en mi italiano a malas
penas, para explicar que soy capaz, que sé trabajar, que tengo los hombros fuertes, que
soy yo.
Cuento hasta tres y encuentro la palabra que me sirve. Yo.
Hemos seguido escribiéndonos, tú y yo, incluso cuando los dueños de nuestras almas lo
impedían y la policía abría nuestra correspondencia. Leía normalidades cotidianas y
robaba los secretos.
No te preocupes, Olga - me decías - cuenta hasta tres y encontrarás la palabra que te
sirve.
Entonces, leía una palabra de tres para componer la carta y sentía ternura por las otras,
inútiles y cómplices que morían sobre el papel.
Me contabas del invierno, de un té en casa de Leda con las tazas de porcelana, y de mis
hermanas.
Nada de indecoroso, nada, pero mi fuga a occidente les convertía en enemigos de la
patria, que había que tener bajo control, ….. y que había que vigilar hasta dentro de los
corazones.
Un día, de tres en tres, me regalaste tu fe absoluta.
Una carta como una oración.
Olga - decía - nuestro futuro será radiante. No has querido creer, no has sabido esperar,
pero aquí llegará la libertad y la vida se llenará de promesas. En esta tierra, quizás sólo
en ésta, surgirá el futuro y nuestra resistencia es un compromiso de felicidad.
Y aún incrédulo me preguntabas: ¿Por que te fuiste? ¿Valía la pena?
(in polacco e in italiano)
De este modo, mi elección estaba pagada completamente, incluso tu complicidad ya no
estaba. ¿Te desilusioné, verdad?
Querido padre, estar contigo era caminar a la sombra. Protegida.
Ahora soy yo quien está más cerca del camino. Nadie mira hacia afuera por mí. Soy yo
quien decide de errar. ¿Valía la pena?
Ahora camino al sol. Apoyo mi pie reumático. Primero la punta, con los nudillos que
empujan a los lados de las sandalias.
Siento si la tierra resiste y doy otro paso.
Camino.
Hoy camino al sol. Me compro un vestido delgado. Me imagino qué haré mañana y
pasado. Y respondo a la sonrisa de una mujer que pasa a mi lado.